17 may 2012 | Por: Nacho

Rastro de Madrid

Prácticamente todos los españoles saben (o deberían saber) que el Rastro es un emblemático mercado al aire libre situado en la capital. Tal es su relevancia que no falta en ninguna guía de viajes e incluso se contempla entre las acepciones académicas de la palabra rastro. La cuestión es: ¿viene el nombre del Rastro de la palabra o es al revés?

En el Madrid de finales del siglo XVI, las principales vías y plazas de la capital se llenaron de mercados públicos o baratillos donde los ropavejeros vendían prendas de segunda mano. Debido a los excesivos aglutinamientos en lugares céntricos como la Plaza Mayor y la Puerta del Sol, se decretó explícitamente la prohibición general de "vender cosa suya ni ajena, nueva ni vieja, grande ni pequeña, de día y de noche, en ninguna plaza ni calle" bajo pena de cárcel en caso de incumplimiento. A consecuencia de esto, los barateros y buhoneros (voz onomatopéyica relacionada con bufón) se alejaron del área metropolitana hasta asentarse definitivamente en el barrio de Lavapiés, que por aquel entonces era el más populoso e industrial.

En concreto, el Rastro se situó en una zona de mataderos y curtidurías, en la llamada calle de Tenerías (actual Ribera de Curtidores); de hecho, actualmente toda la zona aledaña cuenta con nombres que recuerdan este origen: calle del Carnero, Cabestreros... Estas industrias aprovechaban el agua de los numerosos arroyos que fluían cuesta abajo hacia el río Manzanares para librarse de los productos químicos que utilizaban y, especialmente, de la sangre de las reses sacrificadas. De igual modo, al arrastrar las reses desde los mataderos hasta las tenerías quedaba un rastro sanguinolento que solía discurrir por las empinadas cuestas del mercado, como explicaron Cervantes y Covarrubias en sus respectivas obras, de modo que la palabra quedó como nombre de dicho baratillo y también como sinónimo de los mataderos y los mercados de venta de carne al por mayor (y de los mercados en general).

Sin negar lo anterior, autores como Mesonero Romanos, Hilario Peñasco y Carlos Cambronero añadieron que el término rastro también designaba a las afueras de la ciudad, donde terminaba la jurisdicción de los alcaldes de la corte (o alcaldes del rastro, como recoge aún el DRAE) y, por tanto, se perdía el rastro de los criminales, pícaros y truhanes.

¡Gracias, Clara!

2 opiniones:

Miguel Angel Hernandez dijo...

Me ha gustado la idea del rastro sanguinolento, quizas se haya despertado mi lado gore.

Un saludo

Nacho dijo...

Yo lo que me pregunto es de dónde salía el ingenio de esta gente, porque vaya, la relación la hago yo con un libro delante, que si de mí solito dependiera...

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