14 feb 2012 | Por: Nacho

Enseñanza

A falta de otros asuntos que capten mi interés, nuevamente me toca hablar de etimologías, mi gran pasión. Y hoy voy a investigar muy exhaustivamente otro ámbito que a todos atañe en mayor o menor medida: la enseñanza.

La propia palabra enseñar proviene del latín signum (signo, seña), que remite a una serie de términos significativamente interrelacionados semánticamente (como no podía ser de otro modo): asignar, asignatura, consignar, contraseña, designar, designio, diseñar, enseña, entreseñar, insigne, insignia, (per)signar, reseñar, resignar, señal, signatario, signatura, significar, sino... Sin ir más lejos, enseñar significa señalar, hacer señas, mostrar, pues precisamente en eso consiste tan loable vocación: en ir indicando el camino que debe seguirse para culminar con el aprendizaje (del latín prenhendere = prender, atrapar, raíz también localizable en palabras como aprehender, comprender, emprender, empresa, preso, prisión...).

Otro sinónimo de enseñar es aleccionar o enseñar la lección, palabra derivada de legere (en latín, leer), del indoeuropeo leg– (escoger), raíz formativa de palabras como logos (en griego, palabra: catálogo, diálogo, filólogo, prólogo, antología, etimología...), lectós (en griego, escogido: dialecto, dislexia, lexema...), lex (en latín, ley) y todas las derivadas de legere: coger, colegio (colligere = reunir), colega, diligente, elegante, elegir, inteligencia, privilegio, sacrilegio, leyenda, colección, cosecha, predilecto, religión, selección...

También puede hacerse referencia a la palabra instruir, que no es sino construir (struere) dentro (in), es decir, elaborar las estructuras mentales necesarias para aprender. De hecho, de la misma voz struere (amontonar) provienen palabras como construir, destruir, estructura, industria, instrumento y obstruir, por citar algunas. También es curioso cómo la palabra catequizar tiene precisamente el significado original de instruir, aunque en la actualidad posea un tinte ideológico similar al de la palabra adoctrinar.

Pero sin duda el sinónimo por excelencia de enseñar es educar (del latín educere = extraer, a su vez de ducere = conducir). Efectivamente, el docente o doctor (del latín docere desde el griego didactiké, ambos con el significado de enseñar) tiene encomendada la misión de extraer las cualidades de su pupilo (diminutivo de pupus, esto es, niño) y guiarle hacia el conocimiento; de ahí que el educador sea un pedagogo, es decir, el que conduce al niño (antiguamente, de forma literal, ya que el pedagogo era también ayo y acompañaba al niño a todas partes a pie, lo que le sobrevalió el nombre de pedante = el que anda. No cuesta imaginar cómo cambió de significado el término). Otras palabras relacionadas con la raíz indoeuropea deuk– serían doctrina, ducha/o, ducto, deducir, inducir, reducir, seducir y abducir (atención a los prefijos señalados, muy reveladores).

Ya en el ámbito subjetivo, el encargado de adiestrar (hacer diestro o hábil) o alfabetizar (de alfa y beta) en las escuelas (del griego scholé = ocio, entendido como cultivo del espíritu) es el profesor (del latín profiteri = declarar públicamente, como hacían los profetas, aunque ambas palabras no tengan relación), quien siempre debe confesar profesar amor por su profesión (la cacofonía es intencionada). Antiguamente, los maestros (del latín magister) eran los máximos dirigentes de cualquier actividad, los que más (magis) alto estaban (stare) en el escalafón, en contraposición a los ministros (minus + stare), sus servidores y criados (crueles ironías de la Historia...). Tuvo que pasar mucho tiempo para que el término maestro se convirtiera en sinónimo de profesor (la palabra usada en la Antigüedad para el maestro de escuela era litterator). También cabe recordar que los profesores universitarios solían llamarse (y aún es así en algunos casos) catedráticos, ya que en la Antigua Roma se sentaban en cátedras (imagen) en lugar de los incómodos subsellii (bancos) de los alumnos. De la misma kathedra (en griego, asiento hacia abajo) derivan, por poner un par de ejemplos, la catedral y la cadera (resulta evidente la relación entre la cadera y la cátedra, donde se solía apoyar aquélla), así como la expresión sentar cátedra, específicamente referida al diácono bizantino Maximiano, quien tenía la costumbre de trasladar su cátedra cada vez que era llamado para dar consejo.

¿Y quién es el sujeto pasivo de todo lo anterior? Evidentemente, el alumno (del latín alere = alimentar, palabra de la que también proviene alto, que es el resultado natural de una buena alimentación), a quien de hecho el profesor alimenta intelectualmente con sus conocimientos. Una teoría alternativa, probablemente falsa por sus numerosos defectos pero no por ello menos interesante, deriva alumno de a lumino (sin luz), lo cual encajaría perfectamente con el término ilustrar (en latín, alumbrar; de ahí el nombre de la Ilustración y del Siglo de las Luces); la misma raíz indoeuropea leuk– (luz) puede encontrarse en las palabras deslumbrar, elucubrar, ilustre (volvemos al insigne del principio), lucir (y el nombre Lucía), lumbre, luna (y, por tanto, lunes), lustre...

En definitiva, los profesores iluminan al alumno errante con sus explicaciones y le preparan para el futuro, si bien esta tarea requiere cierta reciprocidad, ya que el estudiante (como algunos dicen, el que estudia el día de antes) también debe esforzarse (en latín, studere). Sólo de ese modo podrá convertirse en un verdadero discípulo (del latín discere = aprender, en relación con el verbo ya mencionado anteriormente docere), término que, según unos, presenta en su etimología las palabras scio y puellus (saber y niño, respectivamente, en latín); según otros, ese –pulo podría encontrar su origen en el verbo latino pellere (empujar), de forma que el discípulo sería el impulsado a aprender. Tampoco faltan quienes buscan la relación con el lexema pu–, apreciable en palabras con la raíz puer– (niño) y en la propia palabra puta, e incluso quienes afirman que se trata de un diminutivo, como ocurre con cálculo (piedrecilla), célula (celdilla), óvulo (huevecillo), párvulo (pequeñito)... ¿Habéis aprendido la lección?

¡Gracias, mamá y Mariano!


FUENTES COMPLEMENTARIAS: COROMINAS, J. Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, Ed. Gredos. Madrid, 1998;
BERNHARD, T. El comebarato, Ed. Cátedra. Alemania, 1989;

2 opiniones:

JonCa dijo...

Estoy saturado con tanta etimología, en serio, consejo de no-filólogo: ¡DOSIFÍCATE!

Nacho dijo...

Lo sé, lo sé, hoy me he pasado, lo admito XD ¡TENÍA MONO, ¿VALE?!

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