En un país de gente tan cotilla como los españoles, resulta evidente que son necesarias expresiones que hagan denotar nuestras sospechas sobre situaciones determinadas. Algunas de esas expresiones son las que siguen:
Oler a chamusquina/cuerno quemado: Durante la quema sistemática de libros presuntamente heréticos en tiempos de la España inquisitorial, se comenzó a decir de aquellos libros y autores (los cuales, a menudo, acompañaban a los libros en su viaje a la hoguera) susceptibles de ser quemados que olían a chamusquina, adelantando su probable y funesto futuro. También se solía decir que algo olía o sabía a cuerno quemado ante posibles brujas y poseídos (en referencia a los cuernos del Demonio) y sospechosos de ser cornudos consentidos.
Haber gato encerrado: Allá por el siglo XVI, se puso de moda el uso de la piel de gato, entre otras cosas, para hacer ciertos monederos muy suaves que las mujeres escondían entre sus ropas para burlar a los pillos. Sabido esto, en consecuencia, lo primero que buscaban los ladrones al colarse en las viviendas eran estos gatos (pues tal nombre recibían). Los más osados le dan incluso otra vuelta de tuerca al asunto al argüir que la susodicha expresión podría hacer referencia al famosísimo cuento de Edgar Allan Poe El gato negro, que narra la historia de un caso policial resuelto gracias a los maullidos de un gato que había quedado encerrado tras un muro construido por cierto asesino para ocultar su crimen.
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