17 feb 2011 | Por: Nacho

Higiene en los siglos XV y XVI

Insalubres condiciones higiénicas las de aquellos tiempos, todos lo sabemos. Pero, ¿hasta qué punto? He recibido un interesantísimo e-mail que habla sobre ello y me he sentido inspirado, así que os contaré algunas de las cosas que ponen y otras de cosecha propia:

En primer lugar, por todos es bien conocido el grito aquel de "¡Agua va!" cuando se echaban a la calle los, por decirlo fino, restos de micciones y defecaciones. De ahí el uso posterior de aquellas capas largas y sombreros de ala ancha en España, que tanto favorecían la criminalidad (y que serían consecuencia del famoso Motín de Esquilache cuando este marqués decretó el acortamiento de las capas y el doblamiento de los sombreros en tricornios). La razón de esto se encuentra en que ni siquiera las más suntuosas viviendas contaban con aseos propiamente dichos (visitad, por ejemplo, el Palacio de Versalles de París, cuyos esplendorosos jardines solían usarse como baños públicos durante las fiestas). Además, no existían cepillos de dientes, desodorantes, perfumes o papel higiénico. Eso sí, los cosméticos no faltaban ni siquiera entre los hombres; de hecho, era una práctica habitual que las mujeres superpusieran varias capas de maquillaje, dado que no siempre tenían ocasión de lavarse la cara.

Los trajes de la época estaban diseñados para contener el olor de las partes íntimas de quienes los llevaban (he ahí el porqué de aquellos vestidos con cancán que solían llevar las mujeres). Los más afortunados, especialmente los de sangre azul –esto es, los que, a consecuencia de no trabajar en el campo, estaban tan pálidos que sus venas parecían azules a través de la piel (algunas damas incluso se sangraban a propósito con fines estéticos)–, contaban con lacayos que les abanicaban para disipar su mal olor y espantar los insectos que pululaban a su alrededor. También por ese motivo se celebraban las bodas en junio, ya que el primer baño del año se tomaba en mayo para ir aguantando todo el verano. De todos modos, las novias solían llevar un ramo de flores para disimular la peste y toda la ceremonia se llenaba igualmente de flores, incluido el carruaje. Como habréis adivinado, de aquí viene el nacimiento de mayo como el mes de las novias y la tradición del ramo de flores.

Los baños eran tomados en una bañera enorme llena de agua caliente. El padre de familia era el primero en tomarlo; luego, los otros hombres de la casa por orden descendente de edad y después las mujeres, también por edad. Finalmente, iban los niños y los bebés.

Por otra parte, los tejados de las casas no tenían bajo tejado y en las vigas de madera se criaba toda suerte de animales y bichos. Cuando llovía, las goteras forzaban a los animales a bajar, lo que daría origen a la expresión anglosajona "Llueven perros y gatos", equivalente a nuestro "Hace un día de perros".

Los más ricos tenían platos de estaño, fácilmente oxidables por ciertos alimentos, como los ácidos tomates, que fueron considerados tóxicos durante mucho tiempo. El mismo proceso de envenenamiento sucedía en los vasos al contacto con el whisky o la cerveza, haciendo a la gente caer en un estado narcolépsico como consecuencia de la combinación de la propia bebida y el estaño. Por ello, no era extraño encontrar gente inconsciente por las calles, ante lo cual ya se iba preparando el entierro. Mientras tanto, el cuerpo se colocaba sobre la mesa de la cocina durante algunos días y las familias comían en su presencia para ver si volvía en sí o no. De esta costumbre surgiría el velatorio que aún hoy se hace junto al cadáver (del latín caro data vermibus, es decir, carne dada a los gusanos).

Los muertos eran enterrados en pequeños y escasos nichos, pues no había suficiente espacio para todos. Por ese motivo, los ataúdes eran abiertos y se retiraban los huesos a un osario para meter un nuevo cadáver. En ocasiones, al abrir los féretros aparecían marcas de uñas en la tapa, lo que obviamente significaba que el cadáver no había sido enterrado tan muerto como se pensaba. Debido a esto, a alguien se le ocurrió la genialidad de atar un hilo a la muñeca del difunto, pasarlo por un agujero del ataúd y conectarlo a una campanilla sobre la tierra. Si el no tan muerto "revivía", tiraba del hilo y era desenterrado, al sonar la campana, por la persona que solía quedarse junto a la tumba durante los primeros días. ¿Adivináis ahora de dónde viene la expresión "salvado por la campana"?

2 opiniones:

Unknown dijo...

fantastico, ahora se porque a la gente de sangre azul le llaman así.

Jairo Peña dijo...

Súper, qué apasionante el tema y que protocolarios son los de Hollywood, o la tv en general, que nos han mostrado un galmour exquisito en películas ambientadas de la época, es decir, nos negamos aceptar las propias realidades de otros tiempos.

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