Ayer visité la exposición en la Casa de Campo sobre Tutankamón y, aunque resultó francamente decepcionante, aprendí unas cuantas cosas sobre el Antiguo Egipto. En concreto, mi chico mencionó dos hechos curiosísimos, que son los que explico a continuación:
Al igual que el escarabajo, la serpiente era considerada un animal sagrado en Egipto. Por ello, la corona de los faraones contenía en todo caso una serpiente, llamada Uraeus, ya que se pensaba que, en caso de estar en inminente peligro el faraón, la serpiente le defendería escupiendo llamaradas al agresor.
Por otra parte, los rostros de los faraones siempre eran esculpidos en los sarcófagos con barba. Si el sarcófago había sido realizado estando en vida el faraón, la barba era lisa; si el faraón moría antes de terminar el sarcófago (como Tutankamón, aquí presente, que murió muy joven), se esculpía una barba trenzada.
Por otra parte, los rostros de los faraones siempre eran esculpidos en los sarcófagos con barba. Si el sarcófago había sido realizado estando en vida el faraón, la barba era lisa; si el faraón moría antes de terminar el sarcófago (como Tutankamón, aquí presente, que murió muy joven), se esculpía una barba trenzada.
Esto me recuerda al famoso mito de que las estatuas ecuestres se esculpen en función del tipo de muerte del retratado: si moría naturalmente, el caballo se representaría en reposo, mientras que si moría en batalla o por heridas de guerra, el caballo tendría, respectivamente, ambas o sólo una pata alzada. En realidad, esto no siempre es cierto (tal y como señala Pérez Vaquero en su blog), ya que las convenciones a este respecto proceden de las estatuas públicas alemanas, reservadas a los monarcas y políticos importantes. Sin embargo, a menudo un caballo encabritado es símbolo de guerra y uno con las cuatro patas en el suelo significa la paz, como sucede en la Plaza de los Héroes de Budapest.
¡Gracias, Miguel!
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